sábado, 6 de setembro de 2014

................lo que hubo detrás del escudo del orgullo



Cuando el orgullo se disuelve se abre una flor en el pecho.
Dejando salir los verdaderos sentimientos.
Si nos cerramos a alguien que verdaderamente quisimos, al recordarla después de cierto tiempo, algunas gotas de pena nos envuelven, como la bruma y el rocío que deja en la flor una madrugada de otoño.
Tal vez lo que da más pena es que fuimos cercanos, muy cercanos a personas a las que ahora ni siquiera vemos.
Se perdió la amistad, se perdió aquella amistad en el amor que nos hacía sentir conectados a alguien que luego nos dañó con sus actos o con su abandono.
Quizá lo más triste es que ya no podemos hablar de lo que pasó, de todo lo que nos hizo reflexionar y madurar.
En ocasiones me pregunto, cuantos tesoros podríamos recuperar si fuéramos capaces de reencontrarnos con las relaciones del pasado, y tener el coraje de confesar todo lo que hubo detrás del escudo del orgullo.

Si alguien desprecia las confesiones que se hacen después de haber madurado algunas relaciones, creo que sería la demostración de que se quedó allá donde estaba, sin haber ningún avance.
Hay personas que huyen de ese reencuentro, y la huida confirma las intuiciones que hiciste, o las conjeturas que a veces se hacen después de una ruptura.
Yo creo que cuando estás en disposición de confesar algunas cosas es que ya estás fuerte, ya has digerido todo eso.
Lo que queda es la fortaleza.
En las confesiones también incluyo las del dolor sentido, dichas desde la honestidad y la dignidad, no desde la venganza.
Creo que algunas personas necesitan saber que hicieron daño...

A veces el saber que has hecho daño te impide volver a hablar con esa persona porque, aunque ella te haya perdonado, tú aún no lo has hecho por completo y sobreviene de nuevo el daño causado cuando vuelves a verla y te impide pedir un perdón que no crees merecer.
Y se pasan los años sin pasar de un hola con la mirada esquiva por tu parte.

Se necesita perdonarnos a nosotras mismas, y superar la vergüenza...

Aina Cortiñas Payeras

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