Apacigüé el dolor por un instante y me he escapado de
él como de un lobo dormido.
Pero sé que, cuando despierte, olfateará mis huellas en
el aire, sabrá encontrar mi rastro y alcanzarme con
su garra hasta donde, cansada, me refugie.
¿Por qué he de ser presa apetecible?
No tengo sangre para apagar su sed de fiera
maldecida, ni llevo en mis alforjas más condumio
que sueños resonados y ya fríos...
¿Qué camino extravié que no me acuerdo?
¿Qué flores corté jugando que no las veo?
Frente a mí, la gran selva crece espesa.
Dulce María Loynaz
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